La periodista deportiva Sara Carbonero ha prestado su imagen a una campaña publicitaria que solicita a la Real Academia Española una nueva definición del término madre. La campaña, auspiciada por una marca de lácteos, considera que la visión académica de la madre como la ‘mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie’ no reconoce “la labor e importancia de las madres en la vida de todos”.

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Esto de pedir rectificaciones al diccionario se está convirtiendo en deporte nacional, pero aquí la petición ha ido demasiado lejos. Ridículamente lejos, diría yo. A nadie que quiera ver reconocida “la labor e importancia de las madres en la vida de todos” se le ocurre ir al diccionario, sino a un programa de radio, a una asociación familiar o a aquel poema de Juan Ramón Jiménez que empieza:

Te digo, al llegar, madre
que tú eres como el mar;
que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden
siempre es igual tu sitio
al paso de mi alma.

La función del diccionario es otra. Es aclarar, por ejemplo, que el escritor andaluz ha usado en este poema la palabra madre para referirse a la ‘mujer o animal hembra de su misma especie que lo parió’, y no a su padre (que también puso su granito de arena pero no era mujer), ni a su vecina (que también era hembra de su misma especie pero no lo parió), ni –suponiendo que tuviera uno- a su cocodrilo, que no cumplía ninguna de las tres condiciones. Uno entiende que los vínculos publicitarios hacen a los famosos pensar con el bolsillo más que con la cabeza, pero en este caso la popular presentadora no se ha limitado a prestar su imagen, sino también su adhesión entusiasta al espíritu de la campaña:

¿Es una broma? Es lo que pensé cuando leí por primera vez el significado de la palabra «madre» para la RAE. ¿Cómo puede una de las palabras más bonitas que existen tener una definición tan aséptica y fría? Ahora podemos cambiar esto entre todos.

Dejando aparte que esta misma pregunta podría hacerla Jack el Destripador a propósito del verbo descuartizar (‘dividir un cuerpo haciéndolo cuartos o más partes’), será preciso recordar que no solo es aséptica y fría la definición que el diccionario da a la palabra madre. Todas lo son. Ser aséptica y fría es una de las características de la ciencia en general y de la lexicografía en particular, que es la ciencia que se encarga de elaborar diccionarios. Y en esta tarea se enfrenta a su objeto de estudio con una actitud de la mente aséptica y fría, que técnicamente llamamos objetividad. La lexicografía parte del principio de que todas las palabras son igualmente valiosas, motivo por el cual las ordena alfabéticamente y no según su importancia estadística ni mucho menos afectiva. Y al definir los términos intenta fijar su significación con claridad, exactitud y precisión, objetivo que parece holgadamente cumplido en la definición académica de madre.

Pero no piensa lo mismo la receptora del beso más famoso de la historia del fútbol. La campaña que ha apoyado llega a proponer, entre otras definiciones alternativas, la de ‘mujer única, luchadora, cariñosa, entregada, fuerte, que cuida de ti a lo largo de tu vida’. Alguien parece no haberse dado cuenta de que esta mujer, así definida, podría ser según los casos la hermana mayor, la abuela o hasta la directora de nuestra sucursal bancaria. ¿Están sugiriendo tal vez que una mujer que no es luchadora, sino pasiva y adorablemente lánguida, convierte a sus hijos en pobres huérfanos de madre?

Al diccionario no le interesan las asociaciones individuales de ideas que las palabras despiertan en nosotros (sus connotaciones), sino solo los conceptos generalmente asociados a ellas (sus denotaciones), algo que sin duda le explicaron a Sara en la Facultad de Periodismo de la Complutense. En caso contrario, perro podría definirse como ‘bestia babeante y ruidosa que mi vecino de arriba adora pero a mí no me deja dormir’. El deseo de incluir en él las expectativas personales de cada uno llevaría a elaborar un diccionario por persona, algo carísimo y poco práctico. El de Gerard Piqué revisaría la definición de madridista, el de Mariano Rajoy tendría suprimida la voz recortes, o la definiría como ‘reformas’, y desde luego Rapunzel exigiría uno que retrate a la madre como dominante, manipuladora y opresiva. Al definir madre, La RAE no debe mirar si se trata de la santa que nos dio la vida o la rata que nos infesta de crías el jardín. Basta que sea hembra y haya parido para entrar dentro de la definición, que, como su nombre indica, sirve para señalar los límites (en latín, fines) de un concepto.

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Y si alguien no tiene suficiente con el diccionario oficial siempre puede componer uno propio, noble aspiración que ha sido cumplida por mentes ilustres. Ambrose Bierce escribió en 1911 su Diccionario del diablo, que da a la voz política una definición personal de sorprendente actualidad: “Conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios; manejo de los intereses públicos en provecho privado.” Y José Luis Coll se quedó con todo el mundo al publicar en 1975 El diccionario de Coll, prologado por Camilo José Cela, donde define zueco como ‘andaluz nacido en Suecia’ y remera como ‘puta con piragua’. De hecho, Sara Carbonero, en su condición de particular, podría darse el gusto de escribir un Diccionario de las cosas bonitas e importantes de la vida, obra que se regalaría con la edición dominical del Marca, pero la Real Academia no puede permitirse ese lujo, porque no es más que una institución pública encargada de velar por la unidad y corrección del idioma.

En fin, que conste que si la campaña publicitaria sirve para mejorar sus vacaciones en compañía del guardameta del Oporto y el par de hijos que la han hecho madre, yo sinceramente me alegro por ellos. Pero que nos la quiera vender con ataques al honesto y sufrido diccionario me parece, también sinceramente, un poco miserable.

Profesor LÍLEMUS