Las palabras tienen gran capacidad de sorprendernos, lo mismo que las personas. Basta con sentarlas en una silla y preguntarles por su historia. Como les gusta charlar, hablarán de su forma y significado primitivos, y así mostrarán conexiones con otras de las que hace tiempo quedaron separadas. Con ello aprendemos a menudo alguna enseñanza interesante, lo mismo que si se tratara de una persona.

comida rancia

Todos conocéis, por ejemplo, el adjetivo rancio. Su étimo latino rancidus significa ‘maloliente, podrido’ y con este sentido pasó al castellano (olor rancio, tocino rancio), aunque más tarde se usara también para calificar las cosas antiguas (rancio abolengo) y hasta las anticuadas (mentalidad rancia). Si seguís preguntando, la palabra os dirá que el sustantivo latino correspondiente a este adjetivo es rancor, de donde procede nuestro rencor. La “a” etimológica se conserva, por cierto, en el italiano rancore, el inglés rancor y el francés rancune. O sea, que el rencor etimológico es el equivalente de rancidez o ranciedad, y significó ‘olor o sabor rancio’.

Para que nos hagamos una idea, el escritor latino Paladio escribió en el siglo IV un “Opus agriculturae” donde, entre otros consejos para granjeros, dice que “receptacula olei semper munda sint, ne novos sapores infecta veteri rancore corrumpant”, o sea, que los recipientes de aceite han de mantenerse siempre limpios, para evitar que, por estar cubiertos de ranciedad, los sabores viejos echen a perder los nuevos.

rencor-rancio

Ahí tenemos la palabra rancor usada en su sentido primitivo, lo que nos hace apreciar el ingenio de los antiguos cuando, alterando este significado, la usaron para nombrar el ‘resentimiento arraigado y tenaz’: el rencor se pega al corazón como los residuos a un recipiente, hasta envenenar la paz y la alegría. Es natural que las ofensas recibidas  despierten iras y orgullos, pero también es natural, y hasta sensato, limpiar cuanto antes los restos. Como recomendó un sabio, ὁ ἥλιος μὴ ἐπιδυέτω ἐπὶ παροργισμῷ ὑμῶν, que el sol no se ponga sobre vuestro enfado. ¿Por qué esperar al día siguiente? Mejor abrir la ventana y desahogar el corazón hasta dejarlo bien ventilado. El efecto disolvente de las palabras, de las lágrimas, se llevará el regusto fétido de la ofensa. Dejado crecer, el rencor se vuelve un empleo a jornada completa, por el que recibimos puntualmente un sueldo de amargura.

Profesor LÍLEMUS