En verano me «whatsappeó» un viejo amigo la siguiente consulta: “El sustantivo agua es de género masculino: el agua. Entonces, ¿es correcto decir esta es la mejor agua del mundo, o habría que decir este es el mejor agua del mundo?”. Si os parece, voy a dedicar a ello la entrada de hoy, porque esta duda de mi amigo gana terreno cada día en el ambiente y provoca frecuentes incorrecciones, que veo ya extendidas a ámbitos tradicionalmente cultos, como el periodismo, la cátedra, la ciencia o la política.
Empecemos por afirmar rotundamente que agua es sustantivo de género femenino. De hecho, la forma del artículo que antecede (el agua), no es para nada masculina, sino una variante irregular del artículo femenino la, empleada ante sustantivos que empiezan por a- o ha- tónicas (es decir, acentuadas). Más tarde entraré a eso y explicaré la tabla que veis aquí.
Y no es agua la única tocada por esta irregularidad, que afecta a más de una treintena de palabras. A continuación os dejo la lista casi completa, tras haberla aligerado de ciertos miembros más bien raros:
acta, África, agua, águila, ala, alga, álgebra, alma, alza, ama, ancla, ánfora, ansia, arca, área, aria, arma, arpa, asa, ascua, asma, aspa, asta, aula, ave y, entre las escritas con h, haba, habla, hacha, hada, hambre y haya.
Lo primero que quiero señalar es el alcance de la norma gramatical que describe este uso, y que puede formularse así:
«Se emplea la forma femenina irregular del artículo (el) inmediatamente antes de los sustantivos femeninos singulares que empiezan por el fonema /a/ tónico: el águila, el aula, el hacha.
»Lo mismo sucede con el adjetivo indefinido-numeral un y sus compuestos algún y ningún: un águila, ningún aula, algún hacha, aunque en este caso no se consideran incorrectas las formas regulares una, alguna, ninguna.
»Se exceptúan el nombre de las letras a, hache, y alfa, el topónimo La Haya, y los nombres propios de mujer: Hoy llega la Ángeles; Ya hay una Águeda en la familia.»
Además, hay que dejar claro que solo usamos la forma irregular femenina (el) si se cumplen simultáneamente todas las condiciones contenidas en la norma: basta que falle una sola para que se vuelva a la forma regular la. Veámoslas una a una.
- Solo cuando precede inmediatamente al sustantivo, sin palabras interpuestas: un arma eficaz y el acta anterior, pero una eficaz arma y la última acta.
- Únicamente en singular; el plural es siempre regular: las aguas, las águilas, unas hachas.
- Únicamente ante sustantivos, nunca ante adjetivos: Prefiero la fruta dulce a la ácida; Pronto ingresará en la alta burocracia.
- Únicamente si la /a/ inicial del sustantivo (sola o precedida de h) es tónica: la agüita; la aguamarina; El ave tiene la alita rota; ¡Tengo una hambrecita!
- Esta irregularidad no afecta a otros determinantes distintos de los señalados: ni los demostrativos (esta águila, esa aula, aquella hacha), ni los indefinidos (poca agua, mucha hambre, toda aula, ambas anclas, tanta álgebra, demasiada ansia, otra águila, la misma área), ni los numerales (la primera aula, la segunda área, doscientas hayas). Naturalmente, si se combina el artículo con otros determinantes, solo el artículo puede variar: toda el área, el aula aquella, la otra ala.
Como veis, se trata de sustantivos femeninos, a todos los efectos. Y el efecto más llamativo es que concuerdan en género femenino con adjetivos (el África portuguesa, un hambre espantosa, el alta médica, un área extensa, el habla andaluza, un ánfora etrusca; el arma nueva) y con pronombres (El aula en la que estamos es más amplia; El acta de la reunión no la veo por ninguna parte; Esta es la mejor agua del mundo). El propio artículo el de el agua no es, como ya he dicho, de género masculino, sino una forma femenina irregular.
POR QUÉ SE DICE «EL AGUA» Y NO «LA AGUA»
Para entenderlo nos vendrá bien un breve capítulo de historia de nuestra lengua. Resulta que las formas medievales primitivas del artículo castellano fueron elo (en masculino) y ela (en femenino). El primero perdió la o final, transformándose en el:
elo libro > el(o) libro > el libro.
En cuanto al femenino ela, dio lugar a dos resultados diferentes: delante de sustantivos empezados por consonante perdió la e inicial, mientras que ante los empezados por vocal perdió la a final, confundiéndose así con la forma masculina:
ela casa > (e)la casa > la casa.
ela espada > el(a) espada > el espada.
ela agua > el(a) agua > el agua.
A partir del siglo XVI, la forma femenina el empezó a emplearse solo delante de sustantivos empezados por la vocal /a/ (el arena, el agua) y finalmente solo por /a/ tónica (el agua), consolidándose así el uso moderno del artículo. Y digo moderno por decir algo, ya que en esta materia la actualidad engorda de confusión. Entre la falta de curiosidad de tantos profesores y el desinterés de tantos padres, nuestros adolescentes quedan lejos de incorporar la gramática a sus tiernas vidas. Y cada vez que un legislador insinúa que tal vez ha llegado el momento de aumentar la exigencia docente y discente, los tres colectivos (profesores, padres y alumnos) se echan a la calle en un jolgorio de asociaciones, pancartas y sindicatos para defender con uñas y dientes la mediocridad española primordial.
Y así, aprovechando el jaleo, esta treintena larga de sustantivos empiezan a volverse masculinos –eso sí que es salir del armario a lo grande- en la mente desorientada de algunos hablantes. Ya se sabe, la indeterminación genérica es el signo de los tiempos. Y la cosa no conoce límites: un locutor de postín dirá sin rubor que los penaltis se van a tirar “en el otro área” y el alergólogo nos diagnosticará con aire sobradamente profesional “un asma crónico”.
Uno nunca está del todo a salvo de estas meteduras de pata. Pero si os importa la corrección (la gramatical, no la política), no digáis nunca: “De este agua no beberé”. Decid más bien (siempre que os sintáis con fuerza para después aguantar la sed): “De esta agua no beberé”.
Profesor LÍLEMUS
[Para mi buen amigo Antonio, que nunca se cansa de marcar mi teléfono y darme palique cuando se encuentra en una de sus frecuentes discusiones gramaticales.]
Hola «don» Álvaro.
Este es un artículo de obligada lectura que solo me deja una duda. Hablas de la falta de exigencia de padres, profesores y alumnos, pero ¿no es cierto que también los legisladores están reduciendo la exigencia cuando plantean dejar de tildar el adverbio «solo» o los pronombres demostrativos? Yo, personalmente, pienso que no y de hecho, como habrás apreciado en la primera línea, respeto la nueva norma. Fundamentalmente porque veo que tú también lo haces. Pero también sé que profesionales más preparados que yo, como los que marcan la guía de estilo del periódico El Mundo o el propio Reverte, se niegan a aplicar la nueva norma.
Como te digo, ya me he posicionado en dejar de tildar esas palabras. De hecho, la semana pasada deposité la tesis doctoral cumpliendo estas reglas. Aprovecho para agradecerte tus clases y artículos que me han ayudado mucho a poder escribir 500 páginas. Nunca pensé que fuera capaz de hacerlo.
El caso es que muchas veces discuto con amigos sobre el tema y una aclaración tuya seguro que me ayuda a convencerles.
¡Qué gracia!, ahora el corrector me dice que no puedo escribir «convencerles» y que tengo que poner «convencerlos». Entiendo que es un leísmo aceptado, pero aprovecho para preguntártelo y matar así dos pájaros de un tiro.
Muchísimas gracias.
Borja
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Hola otra vez, Borja.
Cuando hablaba de legisladores no me refería a los legisladores del idioma sino a los que gobiernan la educación desde los diversos parlamentos.
Sobre las tildes suprimidas, la Academia ha querido simplificar la ortografía eliminando distinciones innecesarias. La vieja regla de acentuar el adverbio de cantidad «sólo» era un modo de evitar ambigüedades en oraciones como «Trabajo solo por las tardes». Al suprimir la distinción sólo/solo, la Academia nos invita a deshacer la ambigüedad por otros medios (por ejemplo, el orden de palabras: «Solo trabajo por las tardes»), como hacemos con la infinidad de ambigüedades posibles que nos encontramos al hablar o escribir. En efecto, los académicos Pérez Reverte y Javier Marías no se han apeado de su uso, aunque no he conseguido conocer sus motivos. Tal vez no han querido marcar un antes y un después en su obra literaria, que cuenta en ambos casos con numerosos volúmenes.
En cuanto al leísmo de persona masculina, que, como dices, es un uso aceptado, tiene una ventaja y un inconveniente. Por un lado, suprime la distinción objeto directo/objeto indirecto: «Creo que les he convencido» (OD), «Les he dicho que no puedo ir» (OI). Por otro, incorpora la distinción persona/cosa: «No le entiendo» (a él), «No lo entiendo» (ello). Un hablante no leísta, al decir en ambos casos «No lo entiendo», se pierde esta importante distinción.
Cordiales saludos y buena suerte en tu doctorado,
Lílemus
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Muchísimas gracias. Un abrazo fuerte.
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Querido Lílemus:
Otra vez, muchas gracias por tus doctas, qué digo, doctísimas consideraciones, como cairns en la niebla, como linternas en un desván, como luciérnagas en una noche de verano.
Un abrazo,
Aprendiz
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A propósito del comentario de Borja, ¿hay algún artículo que hayas subido en el que se explique cuándo usar «lo» y derivados y cuándo «le»? Si no ¿un breve resumen o alguna página que lo aclare bien?
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Yo no he publicado nada. Lo más completo es la explicación de la RAE: http://lema.rae.es/dpd/?key=leismo
Lílemus
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Para empezar, quiero deciros que soy una persona mayor, del norte de Burgos, y que sin tener ningún estudio superior aprendí de muy joven a distinguir las palabras femeninas cuando se ponía delante el artículo EL o LA. Así me lo explicaron: «En las palabras femeninas que empiecen por «A», siempre que recaiga el acento, aunque no lleven tilde, se les pone delante el artículo EL. Ejemplo: El agua, en vez de la agua, el alma, en vez de la alma. El resto se dice todo en femenino: esta agua, las aguas, esta alma, las almas. Hay otra excepción, que es cambiar UN por UNA. Ejemplo: UN ALMA, en vez de UNA ALMA. Bueno, aquí termino. Está escrito por una persona que lo aprendió hace más de sesenta años.
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Muchas gracias, Paz, por su interesante aportación. Las cosas bien aprendidas se recuerdan largamente.
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