LA «EXTRACCIÓN» DEL ALFABETO
En la entrada del viernes pasado, titulada LOS JEROGLÍFICOS Y EL ORIGEN DEL ALFABETO (1), vimos cómo la compleja escritura jeroglífica contenía, entre cientos de signos de diverso tipo, un puñado de jeroglíficos fonéticos para representar las consonantes de la lengua egipcia. Estos constituían una especie de «alfabeto» disperso que alguien podría extraer y reunir en un sistema propiamente alfabético.
De hecho, cualquier turista que visita El Cairo en la actualidad encontrará varios puestos donde un lugareño sonriente se ofrece a escribir en jeroglíficos el nombre de un lejano amor a cambio de unos billetitos.
Pero en la Antigüedad la cosa era más difícil. Había que suprimir cientos de jeroglíficos y quedarse solo con los veintitantos indispensables. Esta tarea nunca la habrían realizado los sacerdotes y escribas egipcios, atrapados como estaban en la inercia de una tradición milenaria. Si los académicos de la lengua de hoy se resisten a hacer una reforma ortográfica radical, alegando la brecha cultural que se abriría entre el antes y el después de la reforma, os podéis imaginar la resistencia feroz de aquellos sabios, conscientes de que en unas pocas generaciones los murales de los templos y palacios ya existentes iban a resultar ininteligibles.
Por fortuna, en el antiguo Egipto había alguien más que egipcios con prejuicios conservadores: había extranjeros cautivos. Allá por el 1700 a.C., en pleno Segundo Período Intermedio, habitó en la península del Sinaí un grupo semita procedente de la Tierra de Canaán y dedicado a la minería en condiciones de esclavitud. Por simple contacto cultural, estaban familiarizados con los jeroglíficos usados por sus dominadores, y sus símbolos unilíteros (los que representan un solo sonido) les inspiraron una idea revolucionaria: si lograban representar cada uno de los sonidos de su propia lengua con un signo, bastaría poco más de una veintena de estos para escribir cualquier palabra, liberando así la escritura de cargas innecesarias.
OTRA GENIALIDAD: LA ACROFONÍA
A la hora de elegir el símbolo concreto que representaría cada sonido, los cananeos del Sinaí podrían haberse limitado a copiar un puñado de jeroglíficos (la rebanada para el sonido t, por ejemplo), pero estos signos guardaban coherencia con la lengua egipcia y ellos prefirieron crear unos nuevos, inspirados en su propio idioma. El método ideado para ello se conoce con el nombre de acrofonía y posee esa sencilla belleza propia de lo eficaz:
1.-Primero eligieron para cada sonido (consonántico) de su lengua un objeto familiar cuya palabra empezase por tal sonido.
2.-Luego representaron cada sonido mediante un signo consistente en un dibujo estilizado del objeto. Esos dibujos son ya verdaderas letras.
3.-Para redondear la cosa, llamaron a cada letra con el nombre de ese objeto.
Es como si el dibujo estilizado de una mesa (una cosa así: Π) nos sirviera a nosotros para representar el primero de sus sonidos: la m, a la que en consecuencia llamaríamos «la letra mesa». Simple y genial, ¿verdad?
Este alfabeto (llamado protosinaítico) tuvo a largo plazo un éxito enorme y fue adoptado por otros pueblos y otras lenguas hasta llegar a nuestros días, de modo que todas las letras del abecedario son en origen dibujos rudimentarios de realidades familiares y llevan el nombre de esas mismas realidades. Para que os hagáis una idea, nuestra t es la figura de una cruz usada como marca o señal (en lengua cananea, taw), la b es una casa (bet), la l una aguja (lamd), la m una corriente de agua (mem), la s un diente (shimsh), la n una serpiente (nun), la r una cabeza (rash), la k la palma de la mano (kap).
Como podéis suponer, el mecanismo de la acrofonía es mnemotécnico: al reconocer la figura de una corriente de agua, al lector (cananeo) le viene a la mente la palabra mem y sabe por tanto que este signo debe leerse m. Si hoy somos incapaces de reconocer tales correspondencias, es solo porque, al prolongarse en el tiempo, los signos alfabéticos experimentaron una evolución caligráfica que los alejó cada vez más de los bellos motivos originales. Se volvieron así convencionales, como sucede con las letras modernas, pero no debemos olvidar que en origen estuvieron motivados.
A continuación os propongo como ejercicio y enigma la lectura de una palabra escrita en un alfabeto inexistente, que acabo de inventarme mediante el sistema de la acrofonía. Los objetos que sirven de motivación a cada signo convencional los podéis ver sobre la propia palabra.
LA DIFUSIÓN DEL ALFABETO
El resto de la historia puede contarse someramente. El alfabeto protosinaítico fue usado durante siglos en inscripciones lapidarias, hasta que lo heredó –con variantes- otro pueblo semítico: los fenicios. Estos, que eran audaces marineros y esforzados comerciantes, lo difundieron por todo el Mediterráneo, y de una de sus colonias (Biblos, en el actual Líbano) lo tomaron en el siglo IX a.C. –con nuevas variantes- los griegos. Estos fueron los primeros en usar letras para representar las vocales, creando así el primer alfabeto completo. Pero a su tiempo los griegos también colonizaron el mar común, y de una de sus colonias en Italia (Cumas) lo aprendieron en el VII a.C. los etruscos, quienes lo adaptaron a su lengua y finalmente lo transmitieron a los pueblos latinos. Como sabéis, latinos y etruscos protagonizaron la historia primitiva de la insigne ciudad de Roma, una de cuyas huellas en la historia es precisamente la difusión del alfabeto latino, que hoy usan unos 2.500 millones de personas en el mundo para escribir docenas de lenguas.
Alguno se habrá dado cuenta de que los griegos seguían usando con ligeras adaptaciones los nombres originales de las letras protosinaíticas (beta, lambda, kappa, tau), aunque tales nombres, oriundos de una lengua sin parentesco con la suya, ya no significaban nada para ellos. Tal vez por esto, a partir del latín los nombres de las letras quedaron reducidos al sonido correspondiente acompañado de vocales de apoyo (be, ele, ka, te, uve).
Es admirable comprobar -en realidad, os lo tendréis que creer, porque el proceso detallado no cabe en este artículo- que las letras de casi todos los alfabetos del mundo (incluidos el griego, el ruso, el hebreo, el árabe, el devanagari de la India, el georgiano…) se remontan, siguiendo una línea ininterrumpida (o más bien muchas líneas que forman un árbol genealógico), a aquellos mismos «dibujos» diseñados hace casi cuatro milenios por los creativos esclavos cananeos de la península del Sinaí. Exactamente a los mismos.
Ah, casi se me olvida. Como habréis descubierto, la misteriosa palabra del enigma no es otra que «COBRE».
Profesor LÍLEMUS
Si queréis ver el origen y evolución de uno de los signos de nuestro alfabeto, podéis leer La letra DIENTE (sobre el origen de la «s»).
Querido Lílemus,
Gracias una vez más por tus tan interesantes consideraciones…
Qué listos los esclavos cananeos. Me imagino que en realidad probablemente no fueron «los esclavos cananeos», sino «un» esclavo cananeo en particular quien diseñó la cosa, que en realidad este «alumbramiento» es posible que haya tenido lugar en la mente de «una persona» en concreto.
La mente de algunos es un lugar creativo, como un big-bang… Y después los tontos chupamos rueda.
Cómo sería el tío.
Cuánta falta nos hacen tíos como ese esclavo cananeo.
Un abrazo,
Aprendiz
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La necesidad agudiza el ingenio… ¡Cuántos esclavos cananeos debieron de soñar durante años con aquellos interminables jeroglíficos de la tumba de Nefertiti! Y de las miles de vidas y horas perdidas en su confección.
Seguramente fue uno al que se le ocurrió, pero inmediatamente se lo debió de explicar a otro, pues de nada sirve un mensaje «cifrado» en un nuevo código si el receptor no sabe desencriptarlo o simplemente leerlo.
Cuando una cosa es simple y práctica, seguro que tiene éxito… Y si no que se lo digan a los inventores de las tablets, ipads, etc. O al que inventó la fregona… Aunque parezca mentira antes se fregaba de rodillas con una almohadilla en las rodillas, con el cubo a un lado y una bayeta que se escurría retorciéndola con las manos. Por cierto, lo inventó un señor de Tarrasa para que su mujer no tuviese que agacharse.
Qué chulo, con el dedo voy pulsando las teclas del ipad y ahora le doy a… publicar comentario.
Click
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Veo que tanto Aprendiz como Juan Carlos imagináis una ocurrencia individual, luego transmitida a la comunidad. Yo también he intentado a menudo imaginar esa chispa original, y tiendo a hacerlo como el logro de un grupo, y sobre todo como el resultado de un proceso extendido en el tiempo. La primera inscripción protosinaítica es un texto bilingüe en egipcio y cananeo, una especie de piedra de Rosetta, en la que aparece el nombre de Hathor, diosa egipcia del amor, que era venerada en su templo de Serabit el-Khadim (en la península del Sinaí) como protectora de la minería («señora de la turquesa», la llama). En la inscripción este nombre se traduce como Balat, esposa de Ba’al, padre de los dioses en la mitología cananea.
Viendo escritos los nombres de los dioses egipcios, ellos debieron de concebir la idea de escribir los suyos propios. Puede que en un primer momento lo hicieran con jeroglíficos unilíteros egipcios, hasta que surgió la idea de crear unos símbolos propios. Pero este tuvo que ser un proceso prolongado en el tiempo, una sucesión de «chispazos».
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Es decir esa especie de «piedra roseta » viene a ser un «diccionario» cancaneo-egipcio, egipcio-cananeo, así que cualquier cananeo que dominase el código egipcio pudo adaptarse rápidamente… De ahí el éxito… Click
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De niño, recuerdo que era frecuente entre nuestros amigos el inventarnos nuestro propio alfabeto. Era una forma de enviarnos mensajes secretos sabiendo que cada signo equivalía a una letra diferente. Algo que sólo los «muy mejores amigos» conocíamos…
Eso me hace pensar que quizá este alfabeto se inició como una manera de comunicación secreta entre un grupo de personas, para terminar siendo popular. Quién sabe, pero dados a imaginar, me parece una idea sugerente.
Enhorabuena por el blog, primo.
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