El profesor Samuel Lílemus está empezando a aburrirse de la discusión que ha surgido en el aula acerca de los recientes atentados de París. Es viernes por la tarde y, cuando aún se busca a los terroristas islámicos que el miércoles asaltaron la sede del semanario Charlie Hebdo y causaron doce muertes, acaba de saberse que otro hombre armado ha tomado rehenes en un restaurante judío de la capital francesa. De todas partes llegan mensajes de solidaridad, y el lema impreso “Je suis Charlie” es exhibido aquí y allá por políticos, periodistas y celebridades.
Con el asunto todavía caliente, la discusión en el aula ha surgido espontánea, al principio en forma de preguntas desconcertadas y expresiones sinceras de los alumnos. Pero pronto la cosa ha derivado en un ir y venir de tópicos dichos con brevedad y contundencia. Y hace ya un buen par de minutos que los chicos han dejado de escucharse. Lo cual es, por otro lado, natural: el tópico, por su propio carácter burdo e impersonal, resulta incapaz de despertar en los otros algún interés, perplejidad, reflexión o simple amistad. El tópico llama al tópico. En un mundo donde el debate político se hace de eslóganes y el debate televisivo de lindezas, el aula se vuelve un ámbito imprescindible para la educación del pensamiento individual que siente la necesidad de expresarse.
La discusión de aula es un proceso que enciende normalmente el profesor con distintos detonantes; y, una vez encendido, se va haciendo a un lado hasta desaparecer, limitando su papel a sugerir, reorientar, incitar a los que permanecen callados, poner en conexión los discursos de unos y otros en busca de conclusiones logradas. Pero esta vez ha llegado el momento de tomar el protagonismo.
-Me vais a perdonar –interrumpe Lílemus-, pero esta discusión ha degenerado y veo que estáis necesitando un poco de…
El profesor vacila un instante, que Javier aprovecha para proponer:
-De buena educación, está claro.
-También, no lo niego, pero ahora mismo yo estaba pensando en un poco de… etimología.
-Qué cosa tan necesaria –comenta ceremoniosamente Javier, dejando a la mirada toda la guasa de la frase.
-Mucho, Javier, sobre todo cuando se trata de recuperar el sentido pleno de nuestras prácticas cotidianas, a menudo corrompidas por la costumbre -en las últimas palabras ha imitando sonriendo el tonillo ceremonioso del alumno-. Las discusiones, sin ir más lejos. ¿Sabéis cómo se dice ‘discutir’ en latín?
En vista de que Javier calla, Lílemus prosigue.
-Podría decirse discutere, verbo que de hecho existió en latín, pero no: ellos lo usaban con el sentido de ‘hender, romper, derrumbar’. Para nombrar lo que estamos haciendo ahora, empleaban el verbo disputare. Y disputare procede de putare, que significó primeramente ‘limpiar’ y también ‘cortar las ramas superfluas a un árbol’. Por eso no es de extrañar que, en su evolución al castellano, putare produjese nuestro verbo podar, o que a la acción de cortar un miembro la llamemos amputación. Más tarde los romanos, que a menudo daban sentidos abstractos a las acciones materiales, usaron el verbo putare para significar ‘poner en claro’, ‘valorar, estimar’, y ‘considerar, pensar’. Curioso: el verbo que significa ‘podar’ acaba significando ‘estimar, clarificar, pensar’. Así lo podéis ver en sus derivados: la reputación es la ‘opinión que los otros tienen de uno’; imputar es ‘atribuir a alguien un delito’; y del latín computare, ‘calcular’, tenemos nuestra computadora. Su forma de imperativo, puta (‘piensa’)… -hay algunas risas- es en latín un modo de decir… ‘por ejemplo’.
Sigue un “oh” general de decepción.
-Ahora quiero que saquéis de todo ello un par de conclusiones. En primer lugar, si putare es ‘pensar’, al disputare es preciso recordar que lo que se confronta son los pensamientos e ideas, no las personas. Cuando marcáis un gol, es el balón el que entra en la red, no el futbolista; lo cual es muy conveniente, porque en caso contrario os tocaría estrellaros de vez en cuando contra el poste. ¿Estáis de verdad dispuestos a putare?
-Nunca me habría imaginado esto en un colegio -Javier ha venido esta tarde inspirado-, pero por mí, perfecto. ¿Cuándo empezamos?
-Pues no podemos empezar todavía. Hace falta sacar antes una segunda conclusión. Si putare es también ‘podar’, o sea, quitar al árbol las ramas superfluas, o sea, despojar la cuestión de aquello que la embrolla, vamos a necesitar un instrumento cortante. Y en materia de pensamiento, lo que mejor corta son las afiladas preguntas. Pero necesito un rato para prepararlas. Mientras tanto, vosotros podéis ir sacando de la carpeta el texto que estamos trabajando estos días y poner por escrito la tarea número tres.
Diez minutos más tarde, ya está el cuestionario proyectado en la pantalla del aula:
Busca entre las siguientes cuestiones alguna que te resulte sugerente y desarróllala por escrito.
1. ¿Has podido ver las viñetas de Mahoma o al menos has leído alguna descripción? ¿Estás familiarizado con la línea y estilo del semanario “Charlie Hebdo” en este y otros asuntos? Partiendo de la radical injusticia de los atentados, ¿crees que los musulmanes en general tienen motivos para sentirse justamente ofendidos?
2. La sátira ha sido en el mundo occidental un medio habitual –y a menudo arriesgado- para la denuncia, la difusión de ideas, la transformación de la sociedad, el simple desahogo. ¿Qué fines crees que buscan las caricaturas de Mahoma? ¿A qué público van dirigidas? ¿Crees que son eficaces para lograr tales fines?
3. El apoyo al semanario mediante manifestaciones y declaraciones se está planteando como una defensa del derecho a la libre expresión. ¿Es este un derecho absoluto o debe equilibrarse con otros derechos? ¿Con cuáles? ¿Deben adaptarse las publicaciones satíricas a la presencia cada vez más numerosa de comunidades musulmanas en Europa? ¿Crees que en cualquier caso lo harán, presionadas por los hechos?
4. La frase “Je suis Charlie” está formada a imitación de otra que se dijo tras los atentados de Nueva York de 2001: “Ce soir, nous sommes tous Américains». ¿Qué implicaciones crees que tienen? ¿Son una simple -y necesaria- muestra de solidaridad con las víctimas o suponen además dar la aprobación al estilo de la revista, en un caso, y a la política exterior norteamericana, en el otro? ¿Tú las suscribirías? ¿Se te ocurren otros lemas de condolencia que permitan separar ambos mensajes?
5.- ¿Hay alguna otra cuestión que te parezca relevante para este asunto?
Mientras los alumnos empiezan a poner por escrito su pensamiento, al profesor Lílemus le da por recordar que la esgrima deportiva nació históricamente a fines del XIX, justo al tiempo que desaparecían de la sociedad los duelos de honor. Y ahí tiene a la clase concentrada, aprestando caretas invisibles, petos de pensamientos, floretes de ideas. No para luchar unos contra otros, sino para encontrar juntos, a través de la confrontación, verdades y conclusiones. Cuando la violencia ha saltado a la primera plana, parece más claro que el pensamiento simplón tiende a volverse arrojadizo; en cambio, el pensamiento matizado invita a una esgrima verbal donde lo peor que puede pasarle a uno es que le suene el timbre de marcación del tocado: no está en juego la persona, sino su pensamiento. Por eso, cuando dentro de diez minutos empiece la confrontación de ideas, cada uno estará dispuesto a alterar y hasta abandonar las suyas si resulta que las del otro son mejores.
En medio de este bello silencio reflexivo, Lílemus recuerda también que improvisar como conclusiones lo primero que viene a la cabeza es uno de los vicios atávicos del español. El aula es un lugar muy necesario.
Profesor LÍLEMUS
Enhorabuena profesor, es uno de los que más me ha gustado últimamente.
Lo políticamente correcto ha sobrepasado sus límites de maquillador del lenguaje y ahora se dedica a instigar a la gente, acusando de irrespetuosos o simples locos a los que no opinan igual. No puedes decir que no eres Charlie. Que no todos los políticos te parecen casta, etc, etc.
A veces me da la sensación que esa libertad de expresión de la que tanto nos orgullecemos está condicionada o limitada por esa otra «libertad a opinar como el resto», porque si no eres un carca, un moñas, alguien poco crítico o simplemente imbécil.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, Garana (bueno, tú y yo sabemos). En realidad, con su cuestionario el profesor se ha limitado a poner el tópico entre signos de interrogación, que es hasta donde llega su tarea. Luego cada uno dará su propia respuesta, en la que el profesor no debe -tampoco quiere, la verdad- influir. El aula no es un lugar de adoctrinamiento.
Cordiales saludos.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias Profesor LÍLEMUS , es un placer leer siempre sus artículos.
José Antonio Lamo
Me gustaMe gusta
Muchas gracias a ti. Es un placer escribir sabiendo que a veces uno causa placer en el lector.
Me gustaMe gusta
Muy buena reflexión, profesor Lilemus.
Como pequeño aficionado al cine, solo me queda preguntarme si ese tipo de frases «yo también soy…» en el fondo no hunden todas sus raices en el célebre «yo soy Espartaco» de la famosa película homónima de Stanley Kubrick.
Lo que a su vez puede aludir a la famosa caza de brujas del Macarthismo. No en vano varias víctimas de esa persecución trabajaron en dicha película. Por ejemplo, el guionista – Dalton Trumbo- que apareció por primera vez en muchos años con su verdadero nombre en los créditos del filme. Trumbo había ganado con anterioridad dos oscars -uno de ellos por Vacaciones en Roma- que no pudo recoger por haber tenido que trabajar con seudónimo al estar en las listas negras. Así que Espartaco fue su reivindicación y el grito de «Yo soy Espartaco» su grito.
Me parece un curioso ejemplo de como una frase que pretende ser profunda -«Yo soy Charlie»- puede proceder de algo aparentemente frívolo como «una de romanos», pero que a su vez procede de algo tan serio como lo caza de brujas de la norteamérica de la posguerra. ¿Un círculo cerrado?
Me gustaMe gusta
Es más que probable, Rafa. Y tal vez habría que añadir a la lista de fuentes posibles el «Ich bin ein Berliner» de Kennedy.
Me gustaMe gusta
Pues Kennedy en el inicio de su famoso discurso cita la frase «Civis romanus sum». Viene a decir que el orgullo de ser berlinés en aquella época era equivalente al de ser ciudadano romano en la antigüedad.
Al final, apreciado Lílemus, todos los caminos conducen a Roma.
Me gustaMe gusta
Estoy de acuerdo en que la libertad de expresión tiene que tener unos limites basados en el respeto a los demas, y a sus ideas. No obstante la barbarie y los asesinatos en nombre de una religión deben ser explícitamente condenados por los líderes de la misma. Si no lo hacen así, es que evidentemente son cómplices, y responsables principales de los asesinos.
Me gustaMe gusta
Deseo eso que deseas cada vez que imagino el interior de una mezquita, y no imagino cómo puede llegar a suceder. Por un lado esos líderes no son unitarios, cada uno es de su padre y de su madre, y los que no fomentan la barbarie supongo que ni se identifican con los bárbaros ni se sienten responsables de ellos. Creo que lo tenemos complicado, Jaime. Modos de entender el Islam hay muchos, pero incluso eso que se llama islamismo moderado ve Occidente como un mundo en decadencia. En todo este asunto percibo un choque cultural agudo entre una civilización evolucionada y más bien escéptica, que tiende a distanciarse de las creencias, y otra más primaria cuyas creencias son innegociables: el que hace la sátira y el que la recibe ven realidades tan distintas que la comunicación parece complicada.
En la entrada yo proponía un cuestionario que es un examen de conciencia de nuestra libertad de expresión, porque como profesor me parece la parte más formativa de todo el episodio. No sé si has visto la última portada de Charlie Hebdo, la de fondo rojo. No hay en ella ningún turbante (icono en el que cualquier musulmán podría verse representado) sino un perro de presa que representa solo a los terroristas. Sinceramente me parece un avance por parte de la revista. Ahora bien, entre la jauría que persigue al perrillo que representa a la revista se encuentra una especie de obispo, tal vez el papa, lo cual da una idea de la paranoia en que anda inmerso un equipo de dibujantes que no deja de ofender número tras número, grosera y unilateralmente, la sensibilidad cristiana. Y esto sucede en el mismo mundo donde semanalmente se revisan los cánticos de las hinchadas de fútbol para ver si hay una palabra de más contra alguien.
Hasta pronto, Jaime. Saludos,
Lílemus
Me gustaMe gusta